Y de repente todo cambió.
Ese miércoles 16 de Octubre del 2019 celebraba mis 10 años en el ejercicio de la pedagogía en inglés.
Me dirigí a la facultad de
arquitectura temprano. Tuve una amena clase. Les regalé a mis niños unas malvas
para comenzar mi auto-celebración de la primera década enseñando. Estaban
emocionados.
(Para mí siempre serán niños)
Dejé la facultad alegremente y
me dirigí a mi encuentro con el hombre
que ha robado mi corazón desde hace tiempo.
Caminamos por la Alameda largamente
conversando de muchas cosas. Entre ellas, la desigualdad, el rol de las
universidades, la inmigración, la diversidad sexual, las pocas mejoras que
nuestra sociedad ha tenido en años, lo difícil que es para miles salir adelante
cada día. Buscamos culpables, tratamos de pensar en soluciones. A nuestro alrededor, las calles tranquilas
llenas de vendedores ambulantes, de gente apurada, de artistas, parecían armonizar con nuestra
plática. Visitamos el persa que está cerca del Santa Lucía. Cotizamos instrumentos
musicales, admiramos pinturas.
Finalmente regresé a mi última
jornada de clases a las cinco. Nos despedimos con muchos y largos abrazos.
Quedamos en vernos otra vez, pronto. Tal vez para comprar algún instrumento de
percusión. Una alumna me había traído flores. En la casa mi madre y hermano me
hicieron una once tardía especial. ..
Dos días después todo
cambiaría. Ese miércoles sería el último día en que viera Santiago de la forma
en que lo conocía.
Los estudiantes empezaron,
dicen.
Fue por treinta pesos, dicen.
Sucedió. Lo que algunos pocos visionarios
habían vaticinado. El pueblo chileno
comenzó a manifestarse en las calles después de tantos silentes años de
tolerancia.
Poco a poco, se fueron sumando
más y más personas hasta que el país entero vibró al sonido de las cacerolas y
los cánticos clamando justicia e igualdad.
Día a día y de mil formas. Con
cantos, bailes, disfraces, desnudos,
pintados, coloridos o grises Ya no hubo más silencio. La herida que mi patria llevaba tan profunda
heredada de la triste y tiránica dictadura se estiró y la costra cayó. Y un
hilillo de sangre brotó de ella. Volaron los elementos en las calles. El fuego,
el humo, el agua sucia y el clamor de cientos y miles de voces.
Y entonces, como tratando de
desviar un río con una improvisada barrera, el gobierno proclama toques de
queda y estado de excepción. Y el presidente aparece en los medios declamando
contra su propio pueblo. Hablando de guerra y de represión necesaria.
Las calles se llenen de
tanques y soldados.
Las noches se vuelven día
iluminadas por las barricadas y a los cantos de cuna para niños se suman los
alaridos de cientos de civiles torturados y violentados en su dignidad y en su
derecho a decir basta.
Y mientras la ciudadanía va
abriendo los ojos a la cruda verdad de que nuestros líderes han llevado por
décadas el mismo tatuaje explotador bajo diferentes máscaras de diversos
colores a las que llaman “partidos” y de que,
luego de intensos debates, toman sus manos bajo las mesas y tras las
cámaras; decenas de globos oculares estallan bajo perdigones y balines
policiales.
Y el hilillo de sangre se
vuelve torrente.
Y el torrente trae consigo más
adeptos, más ideas y menos indulgencia.
Y de pronto, bajo la mirada
atenta del resto de Latinoamérica, el estado de excepción cesa. La medida de
amedrentamiento ha fracasado. El pueblo chileno no está asustado.
El intento de crear una falsa
imagen de desabastecimiento también fracasa.
Ahora la gente regresa
temprano a sus casas, se reúnen en las plazas a ver a sus hijos jugar y
dialogan sobre política. Porque ahora se sienten parte de la política.
El planteamiento de una nueva
constitución toma más y más fuerza y no saldrá de las retinas. De las retinas
que van quedando, El libro constitución de 1980 de pronto se vuelve el más
vendido, Los almacenes de barrio, ferias y persas se convierten en los
preferidos para comprar, Las personas se ayudan y apoyan durante las marchas, Los
vecinos se organizan en cabildos abiertos para al fin planificar, Las barras
deportivas se cuadran para impedir que el deporte desvíe la atención, Las
universidades estatales trabajan sin descanso para proponer soluciones al
gobierno y para ayudar desde sus distintos campos de acción.
Cada día hay nuevas marchas y
paralización de diversos sectores.
No sé cuánto dure esto.
Tampoco sé cuándo volveré a
caminar por la Alameda de un Santiago tranquilo.
Sólo tengo la certeza de que
Chile jamás volverá a ser el mismo. De que dos días después de mi primera
década enseñando inglés, mi patria comenzó a sangrar, a doler y ahora debe
levantarse.