domingo, 30 de diciembre de 2018

Un Silvestre Colgando Del Tejado.



En esta noche cálida de Diciembre se vislumbra sobre el eje del tiempo un raído deseo de volcar algunas letras sobre este espacio incierto de contrastes cibernéticos. Un olor festivo inunda el ambiente. Afuera, las familias se preparan para una nueva celebración de año nuevo o, como le llaman en Alemania, de San Silvestre. (mi mente divergente no puede evitar visualizar por unos segundos a un montón de alemanes felices en torno a alegorías del gato de Looney Tunes, sabiendo que está lejísimos de referirse a aquél minino)
Este San Silvestre, al igual que ha sucedido en estos últimos tres años, traerá consigo algunas diferencias. Pero esta vez las diferencias no me afectan a mí. Me rodean.
Los años anteriores mi festividad se tornaba reflexiva en base a lo realizado, lo pendiente, lo proyectado y lo perdido, mientras que hoy; viñetas de proyectos y giros de reloj de mi entorno, me marean y confunden. Nunca he padecido de aquella necesidad de control que poseen ciertas personas, tampoco requiero demasiado tiempo o visceralidad para tomar decisiones importantes: Reflexiono lo suficiente, evalúo, tomo cálculos y me precipito. Así funciona mi existencia. Ahora, no obstante, dentro de mis cálculos, siempre está la posibilidad de perder o de transigir.
En mi entorno, en cambio, todo parece dar vueltas en un eje de emociones contradictorias, espejos sucios, café frío, ropa clasificada, cartas, deudas y un sinfín de dimes y diretes que parecen tener una trayectoria circular. Y sin embargo un eje concreto. Todo está claro. Todo está dicho, pero en el infinito poder del lenguaje, sigue existiendo la sempiterna posibilidad de extraer más. De herir más. de sofocar más. De expulsar más. Esconjurar como dicen en portugués.
Cada nuevo paso, un torrente de nuevas palabras. Ríos y volcanes que confluyen.
Y este nuevo trópico que crece en el lugar que llamo hogar, comenzó este pasado miércoles con la repentina y acordada decisión entre mi madre y su marido de divorciarse. Y al igual que en los libros de historia que pueblan los estantes, ha comenzado el proceso de re estructuración y división de todo.
Ojalá dividir emociones e ideales fuese tan simple como repartir muebles.
El festival de orgullos y lamentaciones da por iniciada su temporada alta por acá. En plena víspera de año nuevo.
Y yo, silente, tratando de ocupar el más mínimo espacio. De hacer el menor ruido posible. De existir dentro y fuera del eje a la vez, contemplando la jungla que se esparrama en los sillones, en el piso de la cocina y repta por las paredes tratando de meterse en los cajones que ahora se dejan con llave.
Una guerra sin guerra.
Me siento paralizada en medio de un carrusel que gira con una música lenta y febril. A ratos agradezco no ser parte del movimiento ni de la selva, aunque a veces deba cortar alguna rama para poder pasar. Toda una "Barbara Blade" sobre poleas y lianas. Y acá debo estar. Algo en mis entrañas (la sangre tira, dice el conocimiento popular) indica que debo estar ahí por si se me necesita para apoyar...¿En qué? Lo ignoro. Pero algo habrá que se pueda hacer, aunque sea servir un poco de té o llenar cajas.
Y mañana se viene San Silvestre en casa de mi abuelita con demencia que, hoy ha pronunciado su nutrida sentencia de madre y abuelita con demencia: "Bueno... No es la primera ni la última que se divorcia". Un rayo de luz en medio del caos.

Mientras tanto los medios locales hablan del festejo, de la posibilidad de prohibir la pirotecnia masiva en pro de los animales domésticos y los niños con autismo; de lo difícil que es y será limpiar la sangre mapuche del comunero asesinado de los estandartes del orden, la justicia y la patria. (aún no inventan un quitamanchas hecho de amnesia, me temo); del accidente casero que tuvo Lucía Hiriart, viuda del dictador Pinochet y uno de los pocos símbolos humanos vigente tras el "retorno de la democracia", que, a mi parecer, es una prueba fehaciente más de lo bien que funcionan los sistemas de salud privados. De atenderse en el Sótero, este longevo emblema político, estaría igual de cómoda que ahora, pero reposando dentro de su ánfora sepulcral.

Mañana se vendrán los saludos masivos hipócritas de red social. Las flores tipo gif, los etiquetados "en patota", los abracitos furtivos y esa alegría anestésica momentánea de una noche.
Porque tú lo vales.
Porque el pueblo lo merece.
Y por qué no decirlo, porque es una instancia más para compartir afectos. Afectos auténticos, claro, los demás, son como guirnaldas biodegradables en un patio cualquiera.
Y el martes a recoger y a descansar para continuar los procesos ya comenzados por todos. Me incluyo. Dejaré que el carrusel se vaya apaciguando, y que la selva se despeje hoja a hoja, gota a gota, piedra a piedra.
Más que mal, no es la primera ni será la última, ¿Verdad?
Aunque este año el gato Silvestre cuelgue del tejado.