martes, 12 de noviembre de 2019

ANIVERSARIO. (Versión completa de texto contribución a la facultad de arquitectura de la Universidad de Chile para campaña contra el estado de excepción)



Y de repente todo cambió.
Ese miércoles 16 de Octubre del 2019 celebraba mis 10 años en el ejercicio de la pedagogía en inglés.
Me dirigí a la facultad de arquitectura temprano. Tuve una amena clase. Les regalé a mis niños unas malvas para comenzar mi auto-celebración de la primera década enseñando. Estaban emocionados.
 (Para mí siempre serán niños)
Dejé la facultad alegremente y me dirigí a mi encuentro con el  hombre que ha robado mi corazón desde hace tiempo.
Caminamos por la Alameda largamente conversando de muchas cosas. Entre ellas, la desigualdad, el rol de las universidades, la inmigración, la diversidad sexual, las pocas mejoras que nuestra sociedad ha tenido en años, lo difícil que es para miles salir adelante cada día. Buscamos culpables, tratamos de pensar en soluciones.  A nuestro alrededor, las calles tranquilas llenas de vendedores ambulantes, de gente apurada,  de artistas, parecían armonizar con nuestra plática. Visitamos el persa que está cerca del Santa Lucía. Cotizamos instrumentos musicales, admiramos pinturas.
Finalmente regresé a mi última jornada de clases a las cinco. Nos despedimos con muchos y largos abrazos. Quedamos en vernos otra vez, pronto. Tal vez para comprar algún instrumento de percusión. Una alumna me había traído flores. En la casa mi madre y hermano me hicieron una once tardía especial. ..

Dos días después todo cambiaría. Ese miércoles sería el último día en que viera Santiago de la forma en que lo conocía.
Los estudiantes empezaron, dicen.
Fue por treinta pesos, dicen.
Sucedió. Lo que algunos pocos visionarios habían vaticinado. El pueblo chileno  comenzó a manifestarse en las calles después de tantos silentes años de tolerancia.
Poco a poco, se fueron sumando más y más personas hasta que el país entero vibró al sonido de las cacerolas y los cánticos clamando justicia e igualdad.
Día a día y de mil formas. Con cantos, bailes, disfraces,  desnudos, pintados, coloridos o grises Ya no hubo más silencio.  La herida que mi patria llevaba tan profunda heredada de la triste y tiránica dictadura se estiró y la costra cayó. Y un hilillo de sangre brotó de ella. Volaron los elementos en las calles. El fuego, el humo, el agua sucia y el clamor de cientos y miles de voces.
Y entonces, como tratando de desviar un río con una improvisada barrera, el gobierno proclama toques de queda y estado de excepción. Y el presidente aparece en los medios declamando contra su propio pueblo. Hablando de guerra y de represión necesaria.
Las calles se llenen de tanques y soldados.
Las noches se vuelven día iluminadas por las barricadas y a los cantos de cuna para niños se suman los alaridos de cientos de civiles torturados y violentados en su dignidad y en su derecho a decir basta.
Y mientras la ciudadanía va abriendo los ojos a la cruda verdad de que nuestros líderes han llevado por décadas el mismo tatuaje explotador bajo diferentes máscaras de diversos colores a las que llaman “partidos” y de que,  luego de intensos debates, toman sus manos bajo las mesas y tras las cámaras; decenas de globos oculares estallan bajo perdigones y balines policiales.
Y el hilillo de sangre se vuelve torrente.
Y el torrente trae consigo más adeptos, más ideas y menos  indulgencia.
Y de pronto, bajo la mirada atenta del resto de Latinoamérica, el estado de excepción cesa. La medida de amedrentamiento ha fracasado. El pueblo chileno no está asustado.
El intento de crear una falsa imagen de desabastecimiento también fracasa.
Ahora la gente regresa temprano a sus casas, se reúnen en las plazas a ver a sus hijos jugar y dialogan sobre política. Porque ahora se sienten parte de la política.

El planteamiento de una nueva constitución toma más y más fuerza y no saldrá de las retinas. De las retinas que van quedando, El libro constitución de 1980 de pronto se vuelve el más vendido, Los almacenes de barrio, ferias y persas se convierten en los preferidos para comprar, Las personas se ayudan y apoyan durante las marchas, Los vecinos se organizan en cabildos abiertos para al fin planificar, Las barras deportivas se cuadran para impedir que el deporte desvíe la atención, Las universidades estatales trabajan sin descanso para proponer soluciones al gobierno y para ayudar desde sus distintos campos de acción.
Cada día hay nuevas marchas y paralización de diversos sectores.
No sé cuánto dure esto.
Tampoco sé cuándo volveré a caminar por la Alameda de un Santiago tranquilo.
Sólo tengo la certeza de que Chile jamás volverá a ser el mismo. De que dos días después de mi primera década enseñando inglés, mi patria comenzó a sangrar, a doler y ahora debe levantarse.