domingo, 25 de enero de 2015

El Trueque. (Historia real)


Muchas historias hay, que no debieran ser contadas. Otras, en cambio, se guardan en el corazón como un muñón de tela, en lo más recóndito . En ese lugar especial, dedicado a las cosas dolorosas.
Conozco a la señora Carmen hace muchos años. Hemos pasado muchas sesiones de té juntas, conversando los más variados temas. Intercambiando opiniones y pensamientos con certero respeto.
Mayor ya, casi de 80 años, con una memoria evocativa muy aguda, representa paisajes pasados de su vida, como en un radio-teatro cierto y contundente.
Una de los relatos más tristes que me narró, fue aquél que acaeció cuando ella tenía sólo 10 años:

La historia comienza en la ciudad de Talca, donde ella y su familia compartían una modesta casita casi a las afueras. Hija de un padre alcohólico y una madre machista, Carmen crecía como una flor silvestre en el campo, soportando los gritos, los llantos, la pobreza y las injusticias que le circundaban día a día.
Su padre traía poco dinero a casa, ya que consumía gran parte de sus ganancias en los bares o botillerías cercanas. Para colaborar con los gastos, la madre lavaba, planchaba, remendaba ropa a pedido y además cantaba en los matrimonios y funerales. Carmen pasaba los días jugando en el patio con su hermana María, dos años mayor que ella. Su mejor y única amiga. Dormían juntas, lloraban juntas, se escondían juntas bajo la cama cuando el padre regresaba jadeante y sediento aún, arrastrando los pies para cuestionar con severa rectitud el aseo de la casa, la temperatura de la sopa, el color del brasero y todo detalle que pudiese despertar su rabiosa incorformidad desencadenando el caos y martirio de la familia. Ellas se tapaban los oídos en ese lugar, abrazadas, y por unos segundos, todo parecía desaparecer.
María tenía unos ojitos vivaces y un largo pelo rubio con mechitas que, a veces cubrían sus ojos. (Razón por la que el padre a menudo, durante su embriaguez solía aseverar con enfadado desdén "Esta cría no es mía...Es rucia", lo que le costaba a la madre una nueva paliza.
Carmen y María jugaban y cantaban mientras colaboraban con el lavado de prendas en la artesa de la casa, junto a los árboles. Nunca percibieron esa presencia apoyada en la reja. Y si lo hicieron, jamás le dieron importancia.
Un vejete, de unos 60 años, lozano y con esa apariencia vigorosa de hombre de campo, solía pasar por allí a diario en su caballo. A veces, se bajaba a espiar a las niñas a través de la envejecida verja. Sus ojos se quedaban fijos observándolas y un hilillo de saliva, asomaba de su boca que ya comenzaba a mostrar los primeros espacios que deja la caída de los dientes.
Las niñas parecían ignorarlo y esto, era precisamente lo que lo hacía regresar una y otra vez.

Cierto día de otoño, el padre regresó a casa arrastrándose, borracho, como jamás le habían visto. Traía una mueca de alegría deslavada en el rostro. Reptó hasta la entrada y se quedó allí, riendo como un demente.
-¿Qué pasa, Viejito?- Preguntó la madre con aspecto sorprendido.
- Me dieron el chuico máh grande del negocio... toos esos litroh pa' mí... Prepara a la rucia, mi compadre Peiro la viene a buscar...-
-...Pero...¿Por qué?- Inquirió la madre - ¿Pa' qué la va a querer tu compadre...?-
-Jajajajajajajaja ¿Cómo que pa' qué? Pa' casarse con ella poh... Se la cambié por el chuiquito grande... a mí no me sirve pa' na esa rucia 'e mierda...-
La madre se quedó perpleja. Los ojos llenos de lágrimas. Pero no podía contradecir a su hombre. Era la ley. Eran las reglas. El dinero escaseaba...Una boca menos para alimentar.

Carmen y María no entendieron de qué se trataba esto. La madre le articuló un par de frases que para ellas sonaron inconexas. "Marido", "obediente", "vas a estar mejor" "No tan lejos". Ellas sólo se tomaron de las manos expectantes.

No transcurrieron muchas horas antes de que una carreta se detuviera frente a la casa. Un viejo de unos sesenta años avanzó con paso firme por el jardín, cruzó el patio donde tantas veces observó a María cantar y jugar y se dirigió a la puerta. Serio y agreste. Hostil y severo.
-Vengo por lo que me prometió al compadre-
Nadie dijo nada. Nadie hizo nada.
María, con los ojos llenos de horror, de pronto pareció comprender. Corrió hasta su cama y se metió debajo, sollozando y gritando.
-Mamita...no deje que me lleve!!!...no deje que me lleve!!!! él me da miedo...me da miedo...ME DA MIEDO!!!
Carmen corrió a esconderse junto a su hermana y juntas lloraron abrazadas largamente, hasta que una gran mano de hombre comenzó a tirar de ellas con una fuerza descomunal. María arañó el piso mientras era arrastrada violentamente fuera de su escondite. Las marcas quedaron impresas en la madera como prueba de su intento por escapar, por aferrarse a su vida de niña de 12 años, que jugaba con muñecas...
Carmen se quedó ahí, con los oídos tapados tratando de ser invisible.
La carreta partió y varios minutos después se seguían oyendo los gritos de María.
***

La señora Carmen aún llora recordando las noches posteriores a aquél suceso.
"No podía dormir. Me parecía escuchar a mi hermana gritando todavía. Tenía miedo de que me pasara lo mismo. Los extraños me asustaban. Las carretas frente a la casa... Muchas noches me dormí debajo de la cama, haciéndole cariño a las marcas que dejó la María en el piso y nunca, nunca, he podido sacármela de la cabeza...todavía la echo de menos y pienso en lo unidas que seríamos si estuviese..."

Cuando le pregunté qué ocurrió con María, me narra:
"Mi hermana pasó varios años encerrada en la casa de ese desgraciado. No la dejaba salir ni ver a nadie. Tuvieron tres hijos, todos nacidos en la misma casa, con ayuda de parteras... Cuando cumplió los 18 años, una tarde, finalmente la sacó de paseo con los niños en la carreta...Y cuando habían avanzado un buen trecho, ella se lanzó hacia adelante y murió aplastada por las ruedas... Yo creo que llevaba años esperando y planeando eso... "

El relato de la señora Carmen me impacta. Le pedí autorización para narrarlo en este blog y ella con su mirada sencilla me respondió: "Bueno sería, pa' que la gente sepa cómo era la vida antes...cómo era la gente con los niños, con las niñas...nacer mujer era como un castigo de Dios, una condena...Las niñitas ahora van al colegio, se casan con quien quieren, van a la universidad, imagínate... mi hermana a lo mejor hubiera sido tan feliz en este tiempo de ahora, si era bien habilosa ella, más que yo... y si no hubiéramos sido tan pobres..."
***

Es una horror decir que el abuso y la violencia hacia menores, en pleno año 2015, es algo que no se ha erradicado y que, probablemente no se erradicará. Las formas han cambiado, los escenarios han cambiado, pero el truncar la vida a niños y niñas, sigue siendo un acto masivo y corriente en los distintos estratos, regiones y sectores de nuestro país.
Admiro el optimismo de la señora Carmen respecto al paso del tiempo, pero también me planteo y replanteo que la infancia debe ser protegida a como dé lugar. Una sonrisa a un niño, el llamarlo por su nombre, el respetarlo en toda forma posible, el ser uno de los pocos adultos coherentes y amigables que conocerán...es ya un pequeño paso en esta lucha...

En memoria de María Toloza y de todas esas otras Marías y Marios anónimos.