viernes, 7 de octubre de 2011

Las Ruiseñoras en las rosas.

Hoy, mirando un árbol distante, he recordado de pronto aquella historia donde un Ruiseñor, deseoso de ayudar a un poeta triste, entrega su vida tiñendo una rosa blanca de rojo con la sangre que emana de su propio pecho.
Sin duda el autor (Oscar Wilde) no estaba pensando en mujeres cuando redactó esas líneas, sino más bien en los cambiantes deseos volátiles de la gente frívola. Propio de su época de ocaso Victoriano.

Recordando la historia se me ha venido a la mente la idea de que las mujeres, a veces, somos como ese Ruiseñor y colocamos nuestro pecho sobre las espinas de un amor punzante y estático, que nos conduce a una agonía lenta de la cual parecemos sentirnos conformes e incluso expectantes como un sacrificio que, de alguna forma, nos hace sentir más valientes. Pero, ¿Por qué lo hacemos? ¿Cuál es el premio a tal acto? Bueno, a mi parecer, y por lo que he observado en el entorno y en mis años de adulto joven, lo que las Ruiseñoras buscan es simplemente teñir la rosa de rojo, como en el cuento. Se pretende impregnar al hombre de nuestro propio sentir, hacerle cambiar, hacerle ver de otro color y vertimos en ello como gotas de sangre. Dejar un pedazo de nosotras en su vida, sus costumbres, su forma de pensar y sus sentimientos.
El problema es que día a día muchas Ruiseñoras caen extenuadas, bajo los tallos de aquellas rosas que poseen tantos recovecos que sería técnicamente imposible teñir por completo o que ya han sido teñidas por esencias más fuertes. También existen algunas cuyos pétalos son naturalmente de un tono tan intenso que las gotas rojas parecen resbalar en un surco  malva deslavado.

Y cuando la rosa se ha teñido de rojo, a veces han pasado años. Y tener ese logro a cuestas parece ser, aún en estos días desechables que vivimos, un mérito femenino digno de medalla, una condecoración a la fuerza de la personalidad y la feminidad. Bueno, sucede también que en ciertas ocasiones, una vez que se ha obtenido el tan ansiado resultado, el desgaste ha sido tan grande que ya se le ha perdido el sentido al asunto y sólo quedan las ganas de volar lejos y cerrar la herida para comenzar otra vez...quizás en otra rosa blanca.

Mi perspectiva personal de todo esto es que no deberíamos derrochar energías en cambiar a una pareja, porque sin darnos cuenta, podría irnos la vida en ello, además en estos días de hoy en los que las cosas parecen ser mucho más simples, debiéramos dejar de regirnos por los patrones arcaicos de dominación genérica. El amor no pasa por un tema de "ajustar" al otro a la propia medida, sino de buscar instancias y construir un vínculo que haga más placentera y holgada la existencia de ambos.