domingo, 15 de febrero de 2015

El perdón de la Serpiente. (Cuento de Graneros)


Mi abuela creció en el pueblo del Graneros, hacia el sur de la Región Metropolitana de Chile. Muchas historias se contaban en esos años, donde no había televisión y donde las personas construían su cognición, en parte, a través de la tradición oral.
Una de las las historias que más llamó su atención de niña fue la que le contó su padre cuando, un día, al remojarse los pies en un canal, su pierna fue abrazada fuertemente por una serpiente que pasaba por ahí, causándole un tremendo susto, que le dejó como recuerdo un gran temor hacia estos animales.
La historia dice más o menos así:

Hace muchos muchos años, vivió en el pueblo de Graneros, un hombre joven, cuyo pasatiempo era recorrer el bosque en busca de plantas y frutas. Cada momento libre lo pasaba allí, encantado por las bondades de la naturaleza. Cierto día y luego de haber llenado un canasto con sus hallazgos, notó que algo se deslizaba por el pasto. Al voltear, puedo ver a una pequeña serpiente amarilla y gris que le observaba con sus ojillos brillantes. Al principio tuvo miedo, pero luego se dio cuenta de que se trataba sólo de una cría y que, claramente no deseaba lastimarlo. Se acercó sigilosamente y le habló con voz suave. La serpiente seguía observándolo y parecía hipnotizada.
El joven regresó a casa, trayendo sus cosas y pensó que sería interesante tener una serpiente como mascota, o mejor aún, como amiga de la naturaleza. Al día siguiente regresó al mismo lugar y una vez más, la pequeña serpiente apareció y le observó.
Así transcurrieron varios días y cada vez que el joven llegaba a ese lugar, la serpiente se acercaba a él para observarlo y oír cómo le conversaba. Un par de meses más tarde, el joven, ya confiado, la puso en el canasto y se la llevó a su casa.
La serpiente parecía tener una gran inteligencia pues se convirtió en su fiel compañera. Lo seguía a todas partes, dormía a los pies de su cama y sólo salía de la casa para cazar su alimento. Por su parte el joven sentía un verdadero afecto por ella y se sorprendía de lo fácil que se había adaptado a todo y cómo era ya casi doméstica. Casi.
Pasaron dos años y todo seguía igual. La gente del pueblo comentaba que el joven estaba algo loco, o debía estarlo, para tener un animal salvaje como ése en su propia casa. Pero como no causaba daño a nadie, terminaron acostumbrándose a la idea.
La serpiente había crecido. Medía un metro y medio de largo y su color amarillo ocre, se difuminaba con el negro y gris de las otras rayas de su cuerpo. Era hermosa. De bellos e intensos ojos amarillos.
Un buen día, el joven regresó a casa más temprano de lo habitual. Venía con el rostro encendido y una novedosa felicidad. Limpió y ordenó toda la casa. Se puso su mejor ropa y esperó. Al cabo de unas horas apareció en la puerta una dama de una edad similar a la de él. La serpiente observaba atenta por la ventana. El joven recibió a su invitada con un beso y le pidió amablemente que ingresara. Una vez en la casa, grande fue la decepción del muchacho al ver cómo su novia, gritaba despavorida al ver a la serpiente con la cabeza alzada frente a ella observándola con desconfianza. Sin saber qué hacer, el joven tomó a la serpiente y le dejó encerrada en su cuarto por el resto de la velada. La serpiente esperó, con hambre, con calor, y finalmente cuando el joven regresó triunfante, salió presurosa por la ventana a buscar alimento.
Un par de meses pasaron en los que la situación se repitió de manera muy similar. La novia del joven no gustaba de las serpientes y no podían estar juntas en la misma habitación.
Y llegó el momento en que el joven debía tomar las decisiones más importantes de su vida. Estaba enamorado y deseaba casarse. Fervorosamente se lo pidió a su novia, quien frunciendo las cejas en tono de mando decretó: "Sólo me casaré contigo, si sacas a ese bicho asqueroso de tu casa".
El joven estaba triste, muy triste y en un acto de amor, creyendo hacer lo correcto, tomó a la serpiente y la llevó a un bosque mucho más lejano que el del pueblo, dejándola abandonada allí y regresando rápidamente en vehículo a su casa.
La boda se llevó a cabo sin problemas y durante los meses siguientes, todo fue felicidad para los novios. Todo, excepto que el hombre, amante de la naturaleza, extrañaba horriblemente a su serpiente.
Un año pasó y luego de convencer a su esposa de que nada malo podía suceder, se encaminó a los bosques en busca de su amiga salvaje.
Sabía que podía encontrarla. Comenzó a silbar, como siempre hacía para llamarla. Nada sucedía.
Cuando ya estuvo cansado de tanto andar y dio la media vuelta para regresar a casa, descubrió que detrás de él, estuvo la serpiente, todo el tiempo, observándolo en silencio. Sus ojos amarillos brillaban, perlescentes. El hombre corrió y la tomó en sus brazos. La alzó en el aire y le habló con su máxima ternura. Ella lo observaba hipnotizada, como antes, como siempre. El hombre estaba feliz.
La serpiente se abrazó a él y cerró sus ojitos en señal de amistad y afecto.
El hombre depositó su canasto en el suelo y la puso dentro. Ella se alzó con la cabeza muy rígida y antes de que el hombre pudiese hacer nada, comenzó a silbar agudamente, con fuerza...chillaba de manera extraña como el hombre nunca le había oído hacer.
Y entonces sucedió.
El pasto empezó a sisear y decenas de Philodryas Chamissonis salieron de todas partes. Decenas.
En cuestión de segundos el hombre estaba completamente cubierto de serpientes que le mordían rabiosamente y le apretaban con fuerza. La suya, sin embargo, seguía erguida dentro del cesto, mirando atentamente.
Días más tarde cuando encontraron el cadáver del joven entre los pastos, nadie podía comprender cómo había sido posible que muriese de esa forma.
La Philodryas Chamissonis posee un veneno poco poderoso, que se concentra sólo en el área mordida. Un ataque a un ser humano por parte de varias, era algo nunca antes visto. Y por esa misma razón, en un par de meses, nadie volvió a comentar nada.

Mi bisabuelo concluyó su historia diciéndole a mi abuela, entonces niña: "La naturaleza no perdona hija. No puede ser de otra forma. La naturaleza no permite que se le pase a llevar, ni siquiera con los pies en un canal. O la respetas o la respetas".