miércoles, 11 de septiembre de 2013

El incomprensible dolor de la mutilación preservante.


Cuando hablamos de mutilación, se ve como algo fuerte, doloroso, un ultraje a la integridad de la existencia.
Pero, ¿Qué sucede cuando esa mutilación es en pro de un bien mayor? ¿Es por ello menos dolorosa? ¿Menos mutilación?
Y yo que me sorprendí medianamente al ver cierta película de terror donde el tipo debe cortarse una pierna para poder huir de su encierro impuesto. De haber sabido lo que la vida me deparaba me hubiese horrorizado.
Hace un par de años mis retinas se pusieron tirantes...el doctor dijo "tracción" y comenzó una serie de sesiones láser para "prevenir el desprendimiento". Rayos verdes y punzantes que atravesaron mi ojo de un lado al otro. Nada dijo de lo que vendría después. Nada, dado que lo de ese entonces era tan imperativo que no daba cabida a la duda...o a la explicación.
Al principio no sentí gran cosa, salvo una película roja en la parte inferior del ojo y en uno de sus costados. Creí que pasaría. Con el correr del tiempo se fue convirtiendo en una especia de río caudaloso corriendo a gran velocidad. Pregunté. Recibí como respuesta un "No te preocupes, con el tiempo tu cerebro ya no verá esas cosas".
Pero siguieron allí.
Al cabo de un año y en mi control de rutina fui diagnosticada de cataratas. Horror, Mi cristalino moría todos los días, lentamente...una niebla espesa empezaba a albergarse en las ampolletas y en las luces de los autos.  Recordé a mi tata,ciego, sentado en la cama con los ojos inactivos producto de esa misma dolencia. Tristeza... las cirugías láser habían detonado en esto.
Primera mutilación proactiva.
Mucho tiempo después y cuando ya me era casi imposible salir de noche, realicé los trámites para intervenir las opacidades del cristalino.
Luego de pagar una considerable suma de dinero fui intervenida en una clínica por mi doctor y otro que lo asistió con cara de chiste. Extirparon mi cristalino agónico y lo reemplazaron por un lente de cristal de policarbonato más conocido como plástico. Modelo IQ.
Recuerdo la cirugía sólo como un segundo, ya que a pedido de mi médico fui drogada al máximo sin perder la conciencia para cooperar en el procedimiento. Recuerdo una imagen blanca tipo vidrio catedral y un sonido de nylon rompiéndose...un zumbido como de maquinita de dentista...y nada más.
Desperté con la sensación de haber perdido algo, aunque en realidad era algo casi muerto ya.
Un par de días después noté los efectos del lente. Podía ver los árboles a través de la ventana, pajarillos, televisión...pero...no lograba distinguir ni mis manos, ni mi ropa, ni mi comida, ni ningún objeto que estuviese cerca. Todo borroso, sin detalles.
Nuevamente pregunté. "El cristalino cumple la función de enfocar objetos, ya no lo tienes, por ende no hay enfoque, sólo la visión de lejos sin detalle que te otorga el lente."
"¿No podré volver a ver detalles?" Pregunté trémula.
"No...sólo con la ayuda de otros lentes ópticos"
"Pero...y si tengo una emergencia en la casa y no están a mano...no puedo ver mi celular..."
"..."
Segunda mutilación.
Con el paso de los días un nudo se me atoró en la garganta. Me paseaba por mi casa mirando distintos objetos, sintiendo cómo la vida nunca volvería a ser la misma...en pro de mi bienestar.
Extrañaba horriblemente mis largas tardes de lectura, de juegos, de estudio.
Extrañaba ver de cerca con detalles como antes...Hasta extrañaba la burla que me hacían en la escuela por mirar las cosas tan encima.
¿Dolor físico? Ninguno. El famoso lente parece no estar ahí.
En mi siguiente control pregunté por mis orillas con río. Insistí. Quería respuestas reales, claras, no infantiles. "¿Por qué no ha desaparecido?"
"Porque bueno, la verdad es que tienes alrededor de tu retina una especie de cicatriz en forma de cordón que se te hizo cuando yo la quemé con láser. Esa parte ya está muerta y tú no la ves, sin embargo ese cordón provocó que le gel que rellena el ojo se resintiera haciéndote ver esa especie de cortina o velo que tú describes como río."
"¿Lo veré para siempre?"
"Sí...yo podría sacártelo, pero no lo encuentro necesario...puedes vivir con eso...además...tu retina estará a salvo de desprenderse gracias a ese láser...fue una cosa por otra."
Entonces rompí en llanto como nunca lo había hecho en todos estos años de oftalmológo. Y lloré largamente...lloré por el río, lloré por mi cristalino reventado, lloré por mis años de lectura sin lentes...lloré por cada control que tuve de niña donde me aplastaban los brazos para mirarme con una lupa gigante que me causaba un ardor horrible....lloré por ese cordón hecho de quemaduras...lloré por esa cadena de incidentes que parece no tener fin...lloré por mi otro ojo que también debe ser operado de cataratas en un par de años más...lloré por el ultraje proactivo que significa someterse a que alguien te mutile...lloré y lloré.
El doctor se quedó mudo, impávido, con una expresión entre dura y asustada. Miró a mi mamá y le dijo con voz de sentencia preocupada:
"Está incubando una depresión...debes tratársela a tiempo..."
Y mientras salíamos de su oficina a paso lento, oí cómo murmuraba con voz ocupada:
"No entiendo..."