martes, 18 de febrero de 2014

Intimidad.


Tarde de miércoles. Pololo y yo con románticas ideas. Muchas miradas y coqueteos.
Poca privacidad. Estamos predestinados a protagonizar el nuevo film del año "Never Alone".
Dada su condición, todos creen que estamos en constante necesidad de una mano, por ende nunca se alejan demasiado o, para ser más explícita, nunca se alejan. Bueno, sí, exagero, se alejan, pero no cuando nosotros queremos y el amor no tiene horario.

En ese plan nos entusiasmamos con la idea de ir a algún lugarcillo donde podamos decir y hacer lo que queramos. Un motel. Nos ponemos felices imaginando una musiquita de fondo, algo para picar y nosotros, sólo nosotros...
Buscamos en el directorio...Listo...El lugar indicado muy cerca de casa...Nuestro corazón salta.
Disco el número en el teléfono. Me responde un tipo con voz de sueño. Tarifas ok. Servicios ok.

Y vienen mis preguntas:
"...el lugar cuenta con...peldaños?"
"Mmm?...no, no señorita..." (Estos tipos deben estar acostumbrados a preguntas capciosas o raras)
"Haa...y...las puertas son amplias?"
" Hmm... Sólo las de la entrada..."
" Los baños son espaciosos?"
"Hmmm...no, son bastante pequeños y estrechos...hh?"
(Tenía voz de creer que era pitanza así que disparé)
"Lo siento por las preguntas, es que se trata de una persona en silla de ruedas. Necesito que las puertas midan por lo menos 55 cm de ancho y que el baño sea espacioso..."
"Haaaaaaa.... bueno, las puertas sí, aunque nunca las hemos medido, pero el baño es muy angosto, no cabrá la señora, o ...o...bueno, este lugar no está habilitado para ese tipo de gente."
"¿A qué se refiere con ese tipo de gente?"
"Lo siento señorita...perdón, me refiero a esa situación"

El mundo no es para todos. Menos en nuestro país.
Ante mi molestia y la aparente vergüenza del telefonista, no me quedó mas que colgar.En cierta forma lo comprendí, lidiando con algo nuevo.
Miré a mi novio con cara de emociones revueltas y nos dimos un largo abrazo.







lunes, 17 de febrero de 2014

Tarde en el Hospital...Poesía Enferma...


Y allá vamos otra vez. Cuando el reloj marca las 14:40 nos dirigimos rumbo al paradero de buses bajo un encantador cielo vacío de nubes, acaloradas a más no poder. Con paso rápido y mirando el reloj. Cómo no mirarlo si tenemos una cita... Lamentablemente no se trata de "Uno a Uno" versión tercera edad, o de algún chat de la CONAMA. Se trata simplemente de mi abuela y yo corriendo hacia el Hospital Dr Sótero del Río, institución que atiende a demasiadas personas provenientes de demasiados lugares y para más remate, con demasiados problemas alternativos y alternados. Tal es la cantidad de gente que alberga que, a sus afueras, prolifera la venta de toda clase de productos y objetos, lo que se traduce en que si eres comprador compulsivo puedes ir a atenderte y regresar a casa con zapatos, poleras, gorros, y masticando algún completo, churro, calzón roto o la clásiquísima sopaipilla con mostaza, desayuno ideal de la madre apurada y chascona que lleva los 3 niños a control. La misma que le recalca con orgullo al médico que aquellos pequeños padecen un hambre voraz, ya que ingieren 3 tazas de té al hilo.
Llegamos al "Centro de tratamiento", lugar donde debíamos ir según nuestro papelito doblado para encontrarnos con una fila de varias personas con cara de aburridas. Miré a mi alrededor y divisé cerca del pasillo a un anciano que avanzaba moviendo un pie cada 4 segundos más menos empujando a otro en una silla de ruedas. El de la silla reclamaba y reclamaba aparentemente por la cantidad de unidades en los paquetes de pañales. Se veían cansados y resignados.
Al llegar al final de la fila, un joven gordito miro mi papel con cara de Harry Potter ante la piedra filosofal y luego de ir a preguntar adentro regresó con cara de Harry Potter pero cuando deja caer la piedra filosofal: "No...no es acá. Deben ir a Glaucoma al final del patio"
Suspiramos.
Partimos el camino que parece penitencial, dejando atrás a los ancianos de la silla de ruedas y serpenteando entre camillas, guaguas, niños, embarazadas y más ancianos. Llegamos al edificio blanco de dos pisos, situado en la parte más lejana desde que te bajas del bus o metro para encontrar lo más apasionante de estas visitas: Otra fila. Intento ubicarme tras la última persona, pero una voz de ultratumba susurra diabólica, al más puro estilo "niña de El Aro": "Yoo vengo despuéeess..." Se trata de una señora mayor sentada junto a quienes esperan. Poco tardo en descubrir que hay unas cuatro más que igualmente "vienen despuéeees" En eso aparece mágicamente de la nada una muchacha de trajecito blanco con burdeos mencionando el nombre de mi abuela, quien venía algunos metros más lejos. La espero. Le ofrezco ir al ascensor, pero cuando vamos raudas e ilusas soñando con esa sensación celestial de elevarse, se oye la voz de la señora guardia: "Ta malo el ascensoooor"
Escaleras para mi Yaya y yo consolándome con la idea de que sólo son dos pisos.
Llega arriba exhausta debido a la rapidez que aplicó al subir y se desparrama en un asiento mientras le prueban cristales y le ordenan recitar lo que va viendo. Luego de 15 minutos, la chica le entrega una receta que debemos presentar en el "Centro de tratamiento". Parece un chiste cruel.
Bajamos. Peregrinamos el patio. Volvemos al inicio a una nueva fila que afortunadamente sólo tiene una persona. Sonreímos Al llegar, nos atiende una señora que musita protocolar: "Necesito el formulario de Fonasa...tiene que ir allá, adelante a pedirlo, junto a la Farmacia"
Dejo a mi Yaya sentada y parto veloz al principio del edificio, a la entrada principal. Allí hay UNA NUEVA FILA de aproximadamente 15 personas. La paso con paciencia divina. Regreso con el formulario y luego de llenarlo nos dirigimos a la óptica, que para nuestra suerte está ahí mismo.
Unos marquitos de prueba. El dinero para el fotocromado, que no está incluido en lo gratis, a pesar de ser necesario por su fotofobia, y ya estamos listas. Cansadas pero listas.
Salimos gloriosas pensando en tomar un helado mientras un rechinar de ruedas viejas se va perdiendo tras nosotras acompañado de una voz que alega por los pañales que vienen en las bolsas y un  acompañante que musita algo con tono resignado. Lleva un papel y está dudoso.
Pienso "Francamente, podría ser peor".
Pienso: Pezoa Veliz* no estuvo en el Sótero..."

*Carlos Pezoa Véliz, autor de un poema llamado "Tarde en el Hospital."